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Refugiados

Alejandra Castro

El desplazamiento de población ya sea por razones climáticas, bélicas o sociológicas es hoy en día un hecho social muy notorio y requiere una respuesta tanto de la comunidad internacional, como de la iglesia.

Es muy difícil poder imaginarse qué significa ser un refugiado, cuando uno mismo no lo ha experimentado. Guerras, disturbios civiles, persecución racial, política o religiosa que nos hagan temer por nuestra vida; tener que dejar el hogar y todo lo que conocemos; escondernos y viajar durante días o semanas con la incertidumbre de encontrar alguna vez un lugar seguro.

La Palabra de Dios, en algunos casos, es una historia sobre refugiados. Muchos héroes de la fe fueron obligados a huir de persecución en un momento u otro, incluyendo a Jacob, Moisés, Elías. Incluso el Señor Jesús y su familia debieron emigrar a Egipto.

Recordamos también la historia de David que, al ser perseguido por el rey Saul para quitarle la vida, huyó a la cueva de Adulam. Allí, en su angustia, clamó a Dios diciendo: “No tengo refugio, ni hay quien cuide de mi vida.” (Sal 142.4b) Y Dios lo libró de sus enemigos y pudo exclamar “Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo, y el fuerte de mi salvación, mi alto refugio; Salvador mío; de violencia me libraste.” 2° Sam. 22:2-3

¡Qué consolador es para nosotros saber que ya no somos extranjeros ni advenedizos (refugiados), sino que pertenecemos a la familia de Dios, y por lo tanto tenemos todos los derechos de hijos! Nuestra ciudadanía está en los cielos. Así que, mientras estemos en esta morada pasajera, nuestro refugio es nuestro Padre celestial.

Nuestro Dios es un Padre que se preocupa por los vulnerables, entre ellos, los extranjeros y en la Biblia nos enseña sobre cómo ocuparnos de ellos. El instruye a su pueblo a tratarlos como si fuesen uno de ellos, es decir con amor, compasión y justicia.

“El extranjero que resida con vosotros os será como uno nacido entre vosotros, y lo amarás como a ti mismo, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto…” Levítico 19:34

Como iglesia, ¿cómo podemos mostrar amor a los refugiados?

-Al ponernos en su lugar. Comprender lo que viven, su dolor. Aceptarlos.

-Al hospedar a las personas necesitadas (Rom 15:7-9)

-Al cuidarlos, proveyéndoles en sus necesidades y hablar a favor de los inmigrantes y refugiados.

Extendamos el amor del Padre a todos los desvalidos y los que sufren y compartamos a quien es nuestro alto refugio y nuestra roca fuerte.