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La oración: un regalo de Dios

Walter Romanenghi

Desde los comienzos de la humanidad, las personas han estado muy preocupadas por saber si podían hablar con Dios. En las diversas culturas de la antigüedad, siempre sus dioses estaban distantes, y necesitaban de intermediarios para poder expresar sus peticiones, o recibir el favor divino. Hablar con Dios no era para cualquiera.

En el relato bíblico vemos en un comienzo que Dios hablaba cara a cara con Adán y Eva, pero el pecado produjo un quiebre en esta relación. A partir de allí, en el Antiguo Testamento, el orar y el hablar con Dios fue solo para unas pocas personas.

Los israelitas le pidieron a Moisés que hablara él con Dios. “Entonces le dijeron a Moisés: ¡Háblanos tú y te escucharemos, pero que no nos hable Dios directamente, porque moriremos! (Éxodo 20:19)

El profeta Isaías le explica al pueblo judío dónde radicaba el problema de las oraciones no respondidas: “Son sus pecados los que los han separado de Dios. A causa de esos pecados, él se alejó y ya no los escuchará.” (Isaías 59:2 NTV)

El orar, el hablar con Dios, debería ser algo natural, hermoso, consecuencia de una comunión íntima con El Señor. Tal como lo vivía el salmista David: “Oré al Señor, y él me respondió; me libró de todos mis temores.” “El Señor oye a los suyos cuando claman a él por ayuda; los rescata de todas sus dificultades.” (Salmo 34: 4 y 17)

A consecuencia del pecado y la desobediencia estamos alejados, separados de Dios. Nuestras oraciones no pueden funcionar en esa condición.

Pero una vez más, por su amor y su misericordia, Dios nos regala la posibilidad de volver a hablar con Él. Mediante la salvación provista por el sacrificio de Cristo, por la fe tenemos acceso a la presencia de Dios.

“Gracias a Cristo y a nuestra fe en él, podemos entrar en la presencia de Dios con toda libertad y confianza.” (Efesios 3:12)

En Cristo no solo recibimos el regalo de la salvación, la vida eterna, el perdón de los pecados, la nueva vida, sino que también Dios nos regala la posibilidad de hablar con Él, de orar con libertad y decirle “Padre nuestro que estas en los cielos”

Como hijos de Dios, aprovechemos al máximo este precioso regalo de la oración.