←Volver a

Dolor que trae restauración

Alan Romanenghi

En la sociedad que vivimos nos enfrentamos a diario con situaciones difíciles. Las vemos en los distintos ámbitos donde nos movemos, el trabajo, estudio, en nuestro barrio o incluso nuestra familia.

Así frente al dolor que nos causa, muchas veces pensamos que no podemos hacer algo para cambiarlo y, en consecuencia, anestesiamos el sufrimiento.

Hoy quiero compartirte una porción de la historia de Ester. La Biblia cuenta que Ester estaba casada con el rey de Persia, ella era judía. Un ministro del rey llamado Amán, motivado por odio, le llevó a firmar al rey un decreto que ordenaba asesinar a todos los judíos del reino.

Leamos cómo reacciona el pueblo de Dios:

“Cuando Mardoqueo se enteró de todo lo que había ocurrido, se rasgó su ropa, se vistió de tela áspera, se arrojó ceniza y salió por la ciudad llorando a gritos con un amargo lamento” (Ester 4:1)

Mardoqueo (tío de Ester) al enterarse del decreto real lloró, sufrió, no ignoró su dolor. Aún cuando era algo tan grande para resolver por sí mismo, o cuando la decisión no dependía de él, Mardoqueo llora.

Luego, Mardoqueo busca ayuda en Ester y le dice así: “Si te quedas callada en un momento como este, el alivio y la liberación para los judíos surgirán de algún otro lado, pero tú y tus parientes morirán. ¿Quién sabe si no llegaste a ser reina precisamente para un momento como este?” (Ester 4:14)

Ester decide presentarse ante el rey aun sabiendo que podía morir en el intento, para pedir por el pueblo judío. El rey responde de manera favorable. Amán, el responsable del decreto, es asesinado, y el pueblo rescatado.

Para poder llevar de Jesús a las personas que nos rodean es necesario sufrir con ellos, no ignorando su dolor. La Biblia relata así de Nehemías, al escuchar el dolor de su pueblo:

“Cuando oí esto, me senté a llorar. De hecho, durante varios días estuve de duelo, ayuné y oré al Dios del cielo” (Nehemías 1:4)

Hoy nos desafío que al sentir el dolor que nos rodea, no lo anestesiemos, sino que lo llevemos al Dios del cielo. Él sabe cómo obrar. Por la sangre de Jesús donde las tinieblas destruyeron, Cristo trae vida en abundancia y sanidad. Dios nos guiará a usar los dones y talentos que nos dio para compartir de Jesús a esas vidas.

Hoy nos desafío a ser sensibles al dolor que nos rodea, y llevarlo en oración a nuestro Dios, que no solo sabe cómo restaurar, sino que nos hace parte de ese proceso. ¿Quién sabe si no llegamos aquí precisamente para un momento como este?