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Crea en mí, oh Dios…

Ivana Balastegui

Dios es un Dios de temporadas. Así como en la naturaleza hay estaciones —primavera, verano, otoño e invierno— también en lo espiritual hay tiempos que Dios establece con propósitos específicos. Pero antes de introducirnos en una nueva etapa, Él trabaja primero en nuestro interior. No podemos entrar en lo nuevo con un corazón viejo ni con una mentalidad desgastada. Para recibir lo que Dios quiere hacer, es necesario ser renovados espiritualmente “dejen que el Espíritu les renueve los pensamientos y las actitudes.” Efesios 4:23

El Salmo 51 es una profunda oración de arrepentimiento escrita por David tras su pecado con Betsabé. En este salmo, David no solo confiesa su falta, sino que clama con intensidad por una transformación real. En el versículo 10 dice: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí.” La palabra “crea” (heb. bara) es la misma que aparece en Génesis 1:1 cuando Dios crea el universo. No se trata de reparar algo roto, sino de formar algo completamente nuevo.

Pedir perdón a Dios es mucho más que pronunciar palabras. Es un acto profundo de humildad, un regreso al corazón del Padre, y una declaración de que reconocemos nuestra necesidad de Su gracia. El pecado siempre busca alejarnos de Dios, pero la confesión sincera nos devuelve al camino de la gracia y la restauración.

David no pidió un cambio superficial. Él suplicó por un nuevo corazón, y por un espíritu renovado y firme. Sabía que una limpieza interior era solo el inicio y que también necesitaba estabilidad para permanecer firme en la fe.
Un “espíritu recto” habla de integridad, firmeza y perseverancia. David había sido un hombre conforme al corazón de Dios, pero su caída lo había debilitado. Por eso clama: “Renuévame, Señor. Devuélveme el gozo, la firmeza, el deseo de seguirte con pasión.”

La gracia de Dios no cancela a los arrepentidos; los transforma. Aunque David falló, su historia no terminó en derrota, sino en restauración. Su oración sigue siendo relevante hoy: todos necesitamos un corazón limpio y un espíritu renovado, incluso si nuestras caídas no han sido como las de David.

Jesús dijo en Mateo 5:8: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.” No se trata solo de buena conducta externa, sino de sinceridad interna. Un corazón limpio es uno que ama a Dios sin doblez, que vive arrepentido, sensible a la voz del Espíritu Santo, y que permite que Dios transforme su interior.

La limpieza del corazón precede al mover de Dios. El nuevo vino no puede ser derramado en odres viejos. Por eso oramos: “Padre, perdóname porque he pecado, contra ti he pecado. Señor, crea en mí un corazón limpio y renueva un espíritu firme dentro de mí. Infunde santidad en mí por medio de tu Espíritu. Límpiame, cámbiame. Prepara mi vida para lo nuevo que Tú harás. Estoy lista para avanzar contigo.” Amén.